Crear pequeñas comunidades de amigos que compartan nuestras investigaciones puede dar nueva fuerza a nuestro compromiso con la vida. Para nosotros cristianos, un indicio luminoso proviene de la experiencia de Jesús.
¿Qué futuro nos espera?
Muchas veces con el pensamiento nos hacemos esta pregunta a la que es difícil dar una respuesta precisa. Nos enfrentamos a una complejidad que depende de muchos factores. La pregunta se refiere a muchos aspectos de nuestra vida: la integridad de nuestra casa común, la gestión de la vida en nuestras ciudades, el trabajo para los jóvenes, la seguridad sanitaria, la libertad y la democracia en el mundo.
Para no desanimarnos por pensamientos negativos, ¿en qué podemos anclar nuestra esperanza? Pero, sobre todo, ¿qué podemos hacer en nuestra pequeña manera de contribuir al desarrollo del bien, la paz y la serenidad?
La sensación de impotencia que nos asalta puede superarse buscando, en el panorama que se nos ofrece, iniciativas, personas, ideas que hablen de vida y de desarrollo. Es un trabajo arduo pero es el único que nos permite mantener viva la esperanza de alcanzar, presencialmente oa través de las herramientas que nos brinda la informática, las múltiples realidades que se mueven positivamente en el mundo. Evaluar la contribución significativa que podemos hacer, creando pequeñas comunidades de amigos que comparten estos objetivos, puede dar nueva fuerza a nuestro compromiso con la vida. Es la mejor manera de exorcizar el miedo a un futuro destructivo y de dar amplio espacio a un futuro sostenible para todos, especialmente para los más pequeños y los pobres.
Para nosotros cristianos, un indicio luminoso proviene de la experiencia de Jesucristo. El contexto que lo rodeaba estaba impregnado de enemistad y muerte. Su tenacidad, su abandono confiado en el Bien, que le venía de su relación con el Padre, le permitió transformar los tentáculos de la destructividad en resurrección y vida.