El aumento de la conciencia interna de lo que se mueve en nuestra alma y alrededor de nosotros es la forma que alimenta nuestro crecimiento en la humanidad.
Cuando usamos el término humanidad, es importante aclarar lo que queremos decir. En el campo espiritual con la humanidad nos referimos a las características especiales que definen al hombre. Estas características son, sobre todo, la capacidad relacional del hombre consigo mismo y con los demás, su capacidad de amar. La segunda característica es la capacidad creadora del hombre, es decir, la capacidad de transformar la realidad en bienes y riquezas cada vez mayores. Finalmente, está la capacidad asociativa del hombre, es decir, la capacidad de conectarse con otros seres vivos para lograr objetivos. Cuando hablamos de crecimiento humano, debemos tener en cuenta todos estos aspectos.
Pero queda una pregunta fundamental: ¿qué provoca y fortalece el crecimiento de la humanidad? Ciertamente la capacidad del hombre para tener introspección y conciencia de lo que se mueve en su alma ya su alrededor. Saber identificar dónde brota la vida a su alrededor y ayudarla a expresarse en toda su profundidad y riqueza.
Luego está la dimensión muy particular en el hombre, misteriosa y fascinante, del amor. ¿Cómo definir el amor sino la fuerza arrebatadora que comunica interés, afecto hacia el otro y lo envuelve con todas las delicadezas de que esa fuerza es capaz?
Estamos en el período navideño y la figura de Jesús encaja en esta dimensión de humanidad y amor. Son los aspectos de su vida vividos profundamente hasta el don de la propia existencia por sus hermanos. Jesús es nuestro modelo de crecimiento en humanidad. En los muchos encuentros que tuvo, siempre hubo una atención especial a todas las situaciones de la humanidad doliente. Ofreció a todos, con su palabra, esperanza y amor.
Esta Navidad, con tantas situaciones dramáticas en el mundo, ayúdanos a crecer en nuestro compromiso diario de fraternidad.
¡Feliz Navidad!